
El concepto de
responsabilidad social corporativa o empresarial (RSC o RSE) ha sido definido
por varios autores. Villafañe la determina como “un conjunto integrado de
principios, políticas, programas y acciones que incorporan los valores y
expectativas de los diversos stakeholders en la estrategia empresarial y bajo
la perspectiva del beneficio compartido”. Ante esta definición, podemos observar que adquiere gran
importancia el modelo preferente utilizado en la comunicación corporativa en la
actualidad: el simétrico bidireccional, en el que se produce ese “feedback”
entre empresa y cliente. De esta manera, las organizaciones deben conocer a la
perfección, no sólo el mercado, sino también la sociedad, para integrarse en
ella de forma satisfactoria y convertirse en “empresas ciudadanas”. Al
denominarse así, por tanto, deben respetar su entorno social y ser responsables
con él, manteniendo en primer plano la sostenibilidad del medio ambiente. Sin
embargo, no están obligadas por ley a llevar a cabo ese ordenado comportamiento.
La mente de los inversores asocia RSE a programas sociales. No creen que
detrás de ella haya elementos generadores de confianza, trasparencia y gestión
eficiente de riesgos. Así, ciertas empresas tan sólo se encargan de llevar a
cabo acciones sociales, camuflándose entre aquellas organizaciones que,
verdaderamente, son socialmente responsables (tanto económica, social y medio
ambientalmente).Esa confusión llega al público a través de los periodistas, que
previamente han sido persuadidos por las “falsas” empresas RSE. El hecho de que
una compañía sea considerada como responsable, crea una imagen positiva hacia
el público. Por ello, muchas organizaciones comprenden que esa idea publicada
en los medios beneficiará su negocio.
Otro de los inconvenientes que nos plantea este concepto es la propia
concepción de la RSE. En muchas ocasiones no se encuentra diferenciada (aunque
sí relacionada) con acción social o sostenibilidad. Algunos empresarios
sostienen que la RSE se centra
en la gestión de los riesgos sociales, económicos y ambientales de los
negocios. Pero si esta gestión se desarrolla exclusivamente en función de los
intereses empresariales con el objetivo de optimizar la eficiencia y los
resultados, probablemente se haya mejorado en el ámbito interno y en la
gestión. Esto, por sí solo, no convierte a la empresa en responsable. Para que
lo sea es preciso que esa identificación y gestión de los riesgos, tenga en
cuenta no sólo la dimensión de la propia organización, sino la de sus variados
y heterogéneos grupos de interés, entre ellos, los de la propia comunidad. Esta
integración de elementos ajenos es lo que proyecta la acción de la empresa
hacia el exterior, y es lo que la hace socialmente responsable.

Llegamos a la conclusión de que resulta necesario utilizar un filtro que
nos permita identificar cuáles son las verdaderas empresas socialmente
responsables, evitando la persuasión por parte de las organizaciones y la
confusión expresada al público. Para esquivar esos errores sería indispensable
globalizar los términos relacionados con la RSE, ya que en muchas ocasiones,
las palabras enredan y oscurecen las buenas ideas; y en otras, se quedan en
simples informes para nunca pasar a formar parte de la realidad material. Por
el momento, lo que nosotros entendemos como responsabilidad social es una
integración de los valores y principios de la sociedad al ámbito de gestión
interno de la empresa para crear así, un diálogo y beneficio en ambos sentidos.
Y, si la empresa es verdaderamente responsable, esta identificación y gestión
de riesgos, junto con la atención a los grupos de interés, no es obligación
exclusiva de departamentos especializados. Sino que debe ser interiorizada,
asumida y atendida por cada uno de los integrantes de la organización, cada uno
en su ámbito específico. Por tanto, el
problema es que muchas organizaciones aún están estancadas en el cortoplacismo
económico, pero la RSE no es un negocio más o menos rentable, es una actitud
que debe existir en la empresa.
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